La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda  criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo  ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni  cabellos. Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer  decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un  rincón, diciendo:¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas,  desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta  causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!
Charles Baudelaire
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