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6 de febrero de 2010

La sangre que fluye

7,30 de la mañana, Martes y no precisamente de carnaval... Recuerda, no puedes beber agua, no puedes desayunar, nada puede entrar en tu cuerpo que lo que contamine... En esos pensamientos estaba yo, cuando llegó la hora de irme al temido análisis.

La llegada triunfal, voy a por mi número (ya soy experto en esto, nadie se me colará) me dan el 13, y miran a 15 cobayas humanos al día. Así que me tocará esperar. Así es, allí hay gente, por sus caras despiertas y su vigilia, supongo que llegaron a las 7,3o, a aquella sala... Otra vez me temo lo peor, los que vamos a ser analizados llevamos nuestras muestras de fluidos y detritos corporales, hay bolsas del carrefour de las antiguas que esconden lo que para algunos son miserias y asquerosidades, para mi, no lo son. Veo que algunos botes de los que tienen que traer una muestra de orina, están llenos, algo imposible de hacer puesto que el mecanismo que ahora utilizan evita que se llene el bote y con unos mililitros es suficiente. Me imagino al señor, tratando de llenar el tubito de muestra con su pis, me hace gracia...

Aparecen los ayudantes de los chamanes. Todo el mundo se levanta a la vez, ¿para qué entonces los números? taponan la puerta que está abierta donde se han metido los amigos de la sangre. Y comienza el rosario, entran y salen cargados de tubos de ensayo, algunos con dos, otros con cuatro y otros incluso con cinco. Llega mi número, y a mi me han tocado cuatro tubitos, soy casi el que más tiene.

Espero y vuelvo a entrar... la rubia que me agarra el brazo me dice cierra el puño, y me ata una goma en el brazo mi vena se hincha y ella mete una aguja (gruesa a mi parecer) en mi brazo, la sangre sale a presión de mi brazo y llena los cuatro tubos sin pausa y rápidamente, miro todo el proceso sin inmutarme... creía que mi sangre era más densa, ahora allí metida me parece acuosa. Algodón en el agujero hecho por la aguja y para casa...

Es rápido e indoloro.
No temo a los espíritus.
Ya solo me queda volver al chamán.

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